MICHAEL SANDEL
Michael Sandel nació en EEUU, Minneapolis, en 1953; posteriormente vivió en Los Ángeles y estudió en la universidad de Massachusetts donde estudió filosofía y se doctoró en Oxford. Es profesor en la Universidad de Harvard. En esta universidad imparte desde hace décadas el curso Justicia que tiene una asistencia muy elevada.
La claridad y la sencillez caracterizan sus exposiciones. Plantea dilemas éticos desde situaciones que resultan familiares para después analizar los asuntos que propone a través de los planteamientos de otros filósofos como el universalismo de Kant, el igualitarismo de John Rawls o la búsqueda del bien común de Aristóteles.
Algunos ejemplos son: ¿Estuvo bien que los hoteleros de Nueva Orleans subieran los precios de sus habitaciones en el desastre del Katrina a raíz del aumento de la demanda de plazas? ¿Estarías dispuesto a torturar a un terrorista para localizar la bomba que ha puesto que puede matar a cientos de personas? ¿Es justo que un ciudadano rico pague a una persona pobre por un riñón que necesita urgentemente para vivir? ¿Es justo que Ronaldo y Messi cobren tanto dinero? También, las madres de alquiler, el ejército profesional u obligatorio, las primas multimillonarias a los ejecutivos de los bancos rescatados con dinero público, etc.
Su libro Justicia está basado en el curso que imparte en Harvard, él mismo afirma que «la filosofía política se presta a discusión y buena parte de la gracia de la asignatura estriba en los contraargumentos con los filósofos, entre sí y conmigo». El curso ha tenido tanto éxito que la universidad filmó en video sus clases y las subió a YouTube. Muy pocos filósofos son capaces de atraer a un público tan numeroso. Sandel pretende mostrar la importancia de reflexionar en profundidad sobre los grandes problemas éticos y políticos a que nos enfrentamos. Consigue despertar el interés por la filosofía con ejemplos de la realidad, anécdotas, referencias a la cultura contemporánea (anuncios publicitarios, series de televisión como los Simpson o cantantes como Madonna.)
Plantea cuestiones como la siguiente: «La responsabilidad moral no es solo individual, tiene una proyección histórica y colectiva, así que debe transmitirse de generación en generación. Frente al pasado, la responsabilidad moral es la de superar divisiones y odios heredados para convivir en el presente. También ante el futuro, en retos como el del cambio climático, existe esa responsabilidad moral. Es justo que procuremos dejarles a los hijos de nuestros hijos un mundo que sea habitable», o también: «La reflexión moral no es una empresa solitaria, sino un empeño público», «Cuando la reflexión moral se vuelve política, cuando se pregunta qué leyes deben gobernar nuestra vida colectiva, le es imprescindible (al individuo) entremezclarse en alguna medida con el tumulto de la ciudad, con las disputas que agitan el espíritu público».
Sandel reflexiona sobre la relación entre la moral y la ley, no cree que haya leyes neutrales y dice: «Uno de los argumentos que pretendo demostrar es que no es posible formular leyes sin tintes morales. Sería muy tentador, pero es una actitud inalcanzable y en parte peligrosa porque impone ciertas opiniones morales sin que haya un debate real sobre sus principios».
Este filósofo nos interesa por diversas razones. En primer lugar, para averiguar qué opinamos sobre las grandes cuestiones sociales y políticas de nuestro tiempo; en segundo lugar, para conocer qué principios fundamentan nuestras opiniones y, en tercer lugar, para evaluar críticamente estos puntos de vista, ver sus debilidades y sus objeciones desde otras perspectivas posibles. Es decir, para que como ciudadanos tengamos una opinión política sólidamente formada porque, como dice Michael Sandel, «a veces un argumento puede cambiar nuestras ideas».
Sandel empieza a ser conocido en nuestro país, sobre todo después de que le haya sido concedido el premio Princesa de Asturias en 2018. Acudió a su entrega en Oviedo el pasado día 18 de octubre en un acto celebrado en el Teatro Campoamor.
 En su discurso mencionó algunos hechos interesantes que le vinculan con nuestro país. Sus antepasados eran españoles, pero tuvieron que abandonar la Península por la expulsión de los judíos que decretaron los Reyes Católicos. Otro vínculo suyo con España es que, en 1975 vino al sur junto con un amigo suyo, por aquella época no sabía si dedicarse a la economía o a la filosofía, pero acabó decantándose por la filosofía después de leer libros como La crítica de la razón pura de Immanuel Kant o la Teoría de la Justicia de John Roles, libros a los que intentó encontrarle el sentido ya que las preguntas que se hacían eran profundas y le invitaban a la reflexión. Sandel también cuenta que a lo que se dedica él es un proyecto que ya había empezado Sócrates, hacerse preguntas sobre cómo debemos convivir.  
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Vamos a plantear a continuación uno de los dilemas que ha tratado Michael Sandel en su curso Justicia en Harvard: El dilema del tranvía. Se trata de un experimento mental usado en ética, ciencia cognitiva y neuroética que fue descrito por primera vez por la filósofa británica Philippa Foot en 1967; desde entonces se ha convertido en uno de los problemas éticos más debatidos y con más variantes. Su objetivo es excitar nuestro lado utilitario mientras prueba nuestros valores morales siendo sometidos a preguntas difíciles.
El dilema principal consiste en que estás al mando de un tranvía descontrolado que se precipita hacia cinco trabajadores que se encuentran en la vía, pero si accionas una palanca el tranvía cambia a otra en la que sólo hay un trabajador. La pregunta es ¿accionarías la palanca? La mayoría de las personas contestarían que sí, concretamente un 90%. En este caso, accionar la palanca tiene dos efectos, uno positivo: salvar a cinco personas y otro negativo: matar a una persona, es decir, operar la palanca es moralmente permisible porque la intención no es matar a una persona, sino salvar a cinco.
Pero, ¿y si en vez de conducir el tranvía estás en un puente encima de la vía y puedes empujar a un hombre gordo desde el puente hacia la vía acabando con su vida para parar el tranvía antes de llegar a las cinco personas? Aquí puede que tu respuesta cambie porque el efecto negativo es intencional y de él surge el efecto positivo, aunque el resultado final sea el mismo, cinco vidas salvadas. En las encuestas, el 90% de las personas no empujaría al hombre gordo.
Es interesante observar que, si se plantea el dilema del hombre gordo antes del primer dilema, el porcentaje de personas que accionarían la palanca disminuye. La razón es que algunas personas visualizarían las consecuencias de su elección abandonando el utilitarismo de salvar a cinco por uno. Si empujas al hombre gordo lo estás usando como si fuera un objeto, no como un ser humano. Aunque el fin de empujarlo a la vía es salvar vidas y contribuir al bienestar colectivo, el hombre gordo tiene derechos naturales que no se pueden quebrar sin producir una ofensa moral, incluido el derecho a no ser matado.
En una encuesta a filósofos profesionales sobre el dilema del tranvía, un 68,2 % estaba de acuerdo en que hay que accionar la palanca. Puede que en realidad no sea un problema y que la respuesta sea simplemente decidirse por la idea utilitaria de cuantos más se salven, mejor.
El dilema del tranvía puede plantearse en el mundo real con un tema muy de actualidad: los coches autónomos donde el coche tenga que enfrentarse a una decisión similar.
Por ejemplo, un coche conducido por una persona se salta un semáforo en rojo, el coche autónomo dispone de dos opciones: seguir su curso y chocar contra el coche en el que hay una familia de cinco personas o girar a la derecha y chocar contra otro coche en el que solo hay una persona, matándola. ¿Qué debería hacer el coche?
Desde un punto de vista utilitario, la respuesta es obvia: debería girar a la derecha matando solo a una persona en vez de a cinco
¿Pero podrías imaginarte un mundo en el que tu vida pudiera ser sacrificada en cualquier momento para salvar las vidas de otros sin haber hecho nada malo?

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